domingo, 23 de noviembre de 2014

LA MUJER DE LA MARIPOSA NEGRA


Por esa época comenzaron a suceder cosas extrañas.
Fue cuando conocí a La Mujer de la Mariposa Negra.
Nunca supe de dónde había venido. Una vez me reveló que había nacido en una tierra de cielos sombríos, pero en raras ocasiones hablaba de sí misma. A veces dibujaba en la arena de la playa cercana el contorno de una mariposa; una mariposa de alas arqueadas como la que colgaba de su cuello, hecha de un metal oscuro y brillante. 
Recuerdo la noche en que por primera vez  conoció mi apartamento de la playa. Esa vivienda se había convertido en un refugio donde muy de tarde en tarde me dejaba acompañar, un santuario donde cada objeto guardaba un significado. Siempre he creído que si entras en una casa de noche y aspiras sus burbujas de sombras, si tus pasos son silenciosos y esparces tus sentidos,  podrás escuchar el aliento de sus paredes, el chirriar secreto de los muebles, el murmullo enterrado en el vacío de ocupantes que ya no están. 
- Me gusta tu casa –dijo la Mujer de la Mariposa Negra−. Se respira una atmósfera protectora, la de un lugar íntimo, con nieblas de soledad pero sin perder calidez. La calidez de un morador que oculta muchas formas de amar en su silencio. Hay algo casi mágico.
- Vamos, no exageres−repliqué sorprendido por el elogio−, te agradezco el cumplido, pero no es más que un modesto refugio frente al mar. Aquí la única magia que existe es la que  ha venido contigo, con esa imaginación que usas para adornar todo lo que te resulta atractivo. Y eso sí que es algo poco común, algo fascinante, un verdadero don.

En el siglo XIV, el fraile Guillermo de Occam difundió una clase de razonamiento basado en la simplicidad. El postulado defendía que ante un suceso dado hay que buscar siempre la explicación más sencilla. A este principio se le conoció como la navaja de Occam. Y fue una herramienta fundamental de la filosofía para oponerse al llamado pensamiento mágico.
Yo estaba acostumbrado a transitar por los caminos de la lógica y del razonamiento común. Y ello a pesar  –o quizás como consecuencia– de que durante mi niñez había empezado a ser presa de corazonadas o intuiciones, a las que llamaba “anomalías”. Aparecían en cualquier momento durante el día o a veces llegaban como sueños. 
Una noche, conforme las horas avanzaban y permanecía en vela, me sentí de nuevo envuelto por la intensidad de turbadores presentimientos. Finalmente, caí dormido y cuando mi consciencia abrió las compuertas de la oscuridad, llegaron sueños trayendo los rostros de los muertos. Después, descendí por retorcidos túneles en la memoria hasta un sueño olvidado. Un sueño sin la existencia del mal, sin dolor, sin despedidas. La Mujer de la Mariposa Negra y yo estábamos dentro de un círculo de tiza roja. En el interior del círculo se veían dibujos de alas, ojos, triángulos y símbolos similares a runas. Arrodillados frente a frente, uníamos las palmas de nuestras manos, y luego, nuestros labios y nuestros pechos. 
Hacía calor.
Ella comenzaba a pasar sus manos por mi nuca y mi espalda.
El contacto con su piel hacía explotar una infinitud de burbujas que me atravesaban de la cabeza a los pies. Me sentía poseído por un impulso primitivo, salvaje, que sobrepasaba al deseo. Algo antiguo que provenía del recuerdo de otro cuerpo, una sensación de belleza y crueldad al mismo tiempo. Sangre y amor.
Notaba un calor cada vez más intenso y no era sólo por los latidos de la pasión: de repente, un cerco de fuego crecía a nuestro alrededor. La oscuridad se había transformado en llamas que pugnaban por atravesar el círculo protector.
"Nuestro amor vive en los suburbios fantasmales de lo abominable” –me dije, en el culmen de aquella pesadilla. 
“Pero te quiero, Mujer de la Mariposa Negra. Y aunque parezca que amarte me sentencia a retornar a los confines de un mundo dominado por monstruos, es, en realidad, lo que me ha vuelto a hacer sentir como un ser humano."
Desperté, todavía en plena madrugada. Mi piel ardía y me acerqué a la cristalera entreabierta del salón. Allá abajo las olas comenzaban a crecer y a tomar otra dirección. El viento mutaba bajo las grietas de luz de luna. Pronto rugiría el mar. 
Había otras muchas metamorfosis en la noche, aunque no las viésemos, aunque no lo supiéramos.
La luna estaba de pronto turbia, empapada de un color rojo oscuro, empapada de sangre.
Helena Blavatsky dejó escrito: "La sangre produce fantasmas".



lunes, 17 de noviembre de 2014

ALGUIEN EN LA OSCURIDAD



No lo sabes
Pero he pensado en ti en las noches
En que la memoria no se inmuta
Y cualquier otro recuerdo se envuelve en una somnolencia antigua
El cielo sobre las calles oscuras
La soledad de las tabernas escondidas
Como vidas sin palabras
Me hacen pensar en ti
Donde caen besos como copos
Y despierto luego lejos
En lo más profundo de una criatura extraña.



jueves, 6 de noviembre de 2014

GOTAS DE TI



Arde
Seguidora de extraños
Sobre tu hielo profundo
Ahora gotas en mis labios
Calmo la sed de tu sombra
Hagamos mundos de nuestros sueños
Para los dedos
Para los besos
Que quedaron abandonados